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«Cuando cada uno hace lo que le parece: El Clamor de una Generación Z que no conoce al Rey»

1 de noviembre de 2025
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Un llamado evangélico desde el caos hacia el Reino

Hay momentos en la historia donde el ruido no es solo ruido: es un grito. Un grito que se hace clamor y que nace del dolor, de la injusticia, de la frustración acumulada. Un grito que no pide permiso, que no espera aprobación, que simplemente… irrumpe. Hoy, ese grito tiene rostro joven. Es la Generación Z en el mundo y en el Perú con matices, pero que se levanta sin miedo, sin filtros, sin fórmulas: Protesta, cuestiona, incomoda. No porque odie el mundo, sino porque quizás no quiere heredar su silencio.

¿Quiénes son y qué los caracteriza?

En el Perú contemporáneo, una generación se hace visible entre el ruido de las redes sociales, la desconfianza institucional y el anhelo de algún propósito. Son los hijos del milenio, los que nacieron con el pulgar sobre la pantalla y el corazón en busca de algo más. El término “Generación Z” se refiere a los nacidos entre finales de 1990 y comienzos del 2000. También conocidos como centennials, esta generación son nativos del internet y fue creciendo en un mundo hiperconectado, marcado por el acceso temprano a la tecnología, redes sociales y una sobreexposición a la información digital. A diferencia de generaciones anteriores, la Z no solo consume contenido sino que lo crea, cuestiona y transforma.

La Generación Z no es solo una etiqueta demográfica: es un pueblo en tránsito, como lo fue Israel en los días de los jueces. «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 21:25). Esta frase, que cierra el libro de los Jueces, resuena como un espejo profético de nuestra época.

En los días de los jueces, Israel vivía sin liderazgo central, atrapado en ciclos repetitivos de caos y redención. El pueblo de Dios, sin una guía estable, se entregaba a lo que le parecía justo, pero que muchas veces lo alejaba del propósito divino. Hoy, la Generación Z en el Perú vive en un contexto similar: corrupción política, crisis moral, polarización social. A diferencia de los tiempos bíblicos, la gran mayoría vive alejada de Dios, unos no desean buscarlo, otros lo buscan de manera muy tibia. Sin referentes claros, muchos jóvenes se refugian en comunidades digitales aunque muchas de ellas sirvan solo para darles aprobaciones momentáneas. Pero en medio de la anarquía, Dios no se retira. En el tiempo de los Jueces, Él levantó líderes improbables: una mujer profetisa (Débora), un joven inseguro (Gedeón), un nazareo impulsivo (Sansón). No eran perfectos, pero fueron instrumentos de liberación.

Una generación global, un clamor local

Los jóvenes protestan en el Perú, Colombia, Chile, Estados Unidos, Europa y Asia.

Es un clamor global. Frente a ellos el evangelio debe constituirse en una respuesta espiritual: justicia, verdad, reconciliación. Las iglesias deben conectar lo local con lo eterno. Mostrar que el Reino no es una idea abstracta, sino una realidad que transforma barrios, redes, corazones. Que más allá de las diferencias culturales, hay un hilo común: el clamor por autenticidad, justicia y propósito. Como el pueblo de Israel en los días de los jueces, esta generación global parece estar clamando por algo más profundo que estructuras humanas: una voz que les hable con verdad.

¿Protesta con fuego, justicia o desesperación?

Muchos jóvenes Z protestan con pasión y, en algunos casos, esa pasión se transforma en rabia. ¿Por qué? Porque han crecido viendo promesas incumplidas, corrupción impune, represión desmedida, instituciones que no los representan. Leyes que protegen intereses de algunos, mientras las necesidades crecen, los salarios que no alcanzan, la inseguridad ciudadana desborda peligrosamente sin entes que planifiquen y apliquen medidas que generen tranquilidad en el país. La violencia, aunque no justificable, puede ser vista como una reacción desesperada ante un sistema que parece ciego, sordo y mudo.

Desde una perspectiva evangélica, la violencia nunca es el camino del Reino.

Pero tampoco podemos ignorar el clamor que hay detrás de ella. Jesús no condenó a los que gritaban en las calles, sino que se acercó a ellos.

La iglesia está llamada a discernir: ¿Qué hay detrás del grito?, ¿Qué heridas lo provocan?, ¿Cómo podemos canalizar esa energía hacia la justicia del Reino?

Jóvenes que claman por justicia, que denuncian lo falso, que se rebelan contra la hipocresía del sistema. En las plazas digitales y físicas, se levantan voces. No siempre vienen de púlpitos, pero sí de corazones encendidos. Jóvenes que preguntan, que dudan, que buscan. Las iglesias evangélicas en el Perú tienen ante sí una oportunidad histórica de predicarles el evangelio, de acompañarlos, de ver el potencial en ellos.

La Generación Z no necesita más estructuras vacías, sino comunidades vivas. Espacios donde puedan ser escuchados, donde la Palabra se encarne en acciones, donde el evangelio sea buena noticia y no solo buena doctrina.

La historia de los jueces no es solo un relato antiguo: es un patrón eterno. Dios no se limita por el caos, sino que lo usa como lienzo para levantar libertadores. Las iglesias tienen la misión de reconocerlos, discipularlos y caminar con ellos, de llevarlos de la confusión a la luz verdadera que ilumine sus vidas. Y cuando el mundo les ofrece ruido, que la Palabra les ofrezca sentido. Muchos jóvenes protestan porque sienten que no hay otra vía para ser escuchados. Dios no ignora el grito. Como en los días de los jueces, Él escucha antes de intervenir. Muchos jóvenes protestan con fuerza, y muchas veces con violencia. Pero detrás de cada piedra lanzada hay una herida no sanada. Detrás de cada insulto hay una decepción acumulada. La rabia no es el enemigo: es el síntoma. Las iglesias evangélicas están llamadas a transformar esa rabia en redención. No con sermones vacíos, sino con presencia real. No con condena, sino con compasión. «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9)

Del Grito a la Gracia: Una Generación que Clama, Una Iglesia que Responde

Vivimos tiempos donde el ruido parece dominarlo todo. En las calles, en las redes, en los

corazones. Jóvenes que protestan, adultos que se preguntan, iglesias que observan. Pero detrás del ruido hay un grito. Y detrás del grito, hay un llamado. La Generación Z es intensa, despierta, incómoda. Protesta porque ve lo que otros prefieren ignorar. Se levanta porque no quiere heredar el silencio. ¿Y la iglesia? ¿Qué hará con ese grito? No estamos llamados a apagarlo, sino a escucharlo. No a controlarlo, sino a encauzarlo. Porque si Dios levantó jueces en medio de la anarquía, también puede levantar libertadores hoy. Jóvenes que no destruyan, sino que construyan. Adultos que no condenen, sino que acompañen. Comunidades que no se impongan, sino que inspiren. Este es el momento de preparar a la iglesia. De formar corazones que acojan, manos que sirvan, voces que anuncien. De convertir la rabia en redención, el grito en gracia.

La Generación Z no está esperando perfección. Está esperando presencia. No busca templos más grandes, sino corazones más abiertos. Este es el momento para que las iglesias evangélicas en el Perú puedan levantarse con propósito. Dejar de ser espectadoras y convertirse en protagonistas. Que enciendan la llama de la predicación, del discipulado, del servicio, de la justicia del Reino.

No podemos seguir viendo el grito juvenil como amenaza. Debemos verlo como oportunidad. Porque detrás de cada protesta hay un alma que clama por algo que tiene sentido. Y detrás de cada alma, hay un Dios que llama a su pueblo a responder. Formar, escuchar, acompañar y transformar. Levantar nuevos líderes, nuevos pacificadores. Que el evangelio no sea solo palabra, sino camino. Que la gracia no sea solo doctrina, sino acción. Que la iglesia no sea solo refugio, sino impulso. Porque cuando el mundo ofrece rabia, fruto de la injusticia, la traición y el abandono, nosotros, como cuerpo de Cristo, podamos ofrecer redención, una cruz que reconcilia, una gracia que restaura, una esperanza que no defrauda.

Cuando el mundo ofrece ruido, confusión, ideologías vacías, voces que gritan sin dirección, nosotros ofrecemos propósito: una Palabra que guía, una misión que transforma, una verdad que libera. Que puedan ver en nosotros una comunidad que ama con justicia, sirve con humildad y vive con sentido. Que descubran que el evangelio no es una imposición, sino una invitación a vivir lo que el mundo no puede ofrecer…. Porque cuando cada uno hace lo que le parece…Dios sigue buscando a quién se atreva a hacer lo que Él manda.

Por Ana Consuelo Bazán

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