En un mundo marcado por la grieta, la ansiedad y la soledad, el mandamiento central de la fe cristiana brilla con una urgencia profética. No es un llamado a tener razón, a ganar debates o a imponer agendas. Es un llamado a amar. Y no un amor genérico, sino el amor revelado en la persona de Cristo: un amor que es paciente, bondadoso y que nunca deja de ser.
El apóstol Pablo, en su primera carta a los Corintios, lo deja en términos inconfundibles: podremos tener los dones más espectaculares, una fe capaz de mover montañas, o incluso dar todos nuestros bienes a los pobres, pero si no tenemos amor, “nada soy”. Somos solo ruido, un címbalo que retiñe. La advertencia es solemne: para agradar a Dios, el motivo debe ser el amor, no el mero activismo religioso o la corrección política.
Un Contexto de Ruido y Soledad
Mientras en Argentina navegamos nuestras propias tensiones sociales y políticas, podemos observar el ejemplo de otras naciones, para reflexionar.
En USA, un informe de la Asociación Americana de Psicología señala que la política es la principal fuente de estrés para sus ciudadanos. Un 69% reporta estar estresado por las elecciones, un porcentaje incluso mayor que el de aquellos preocupados por la guerra. Esta saturación política coincide con otra epidemia silenciosa: la soledad.
Un estudio de 2024 revela que uno de cada tres estadounidenses la sufre semanalmente. Lo trágico es el círculo vicioso: las personas solitarias buscan distracción en las redes sociales y la televisión, medios que a menudo trafican con el mismo contenido político tóxico que alimenta su ansiedad. Una sociedad desconectada, que anhela conexión, se distrae con lo que más la divide.
“Ama a Tu Vecino”: Un Llamado a la Acción Concreta
Frente a este panorama, no basta con la reflexión; se necesita una respuesta tangible. Es el momento de iniciativas como “Ama a tu Vecino”, un proyecto que busca animar al llamado que Jesús nos ha hecho a sus seguidores. Es el deseo de que cada congregación sea movilizada para hacer una diferencia real, justo donde está.
Jesús dijo que todos sabrán que somos sus discípulos si nos amamos unos a otros. Creemos firmemente que la iglesia local es el instrumento que Dios quiere usar para que cada persona, en cada barrio y cada ciudad, tenga la oportunidad de experimentar ese amor tangible de Jesús.
Cuando la gente, en su búsqueda de respuestas y consuelo, mira a su alrededor, debemos asegurarnos de que nos encuentre a nosotros, reflejando a Cristo. Por eso, diseñar estrategias para que todos puedan encontrar el amor de Dios no es una opción, es nuestra misión esencial. La iglesia local, en su contexto único, es la que puede traer esperanza genuina. Por eso Dios invita a su pueblo a orar, servir, amar y llevar su Palabra a otros.
Este ha sido el plan desde el principio, desde que Jesús les encargó a sus seguidores que fueran y les dijeran a todos en todas partes quién es Él. Para nosotros, es prioridad no dejar a nadie atrás, asegurándonos de que este mensaje de amor inclusivo y transformador llegue a cada rincón.
¿Y si Nuestra Prioridad es el Prójimo?
Esto concreta la pregunta incómoda y esperanzadora: ¿Qué pasaría si nos concentráramos más en nuestros vecinos que en nuestra política? No se trata de abandonar nuestra responsabilidad cívica, sino de recordar que el énfasis del Nuevo Testamento nunca fue el poder político, sino el amor sacrificial.
Jesús siempre trascendió las polarizaciones de su tiempo acercándose a los quebrantados de corazón. Si la falta de amor es la crisis de nuestra era, entonces nosotros, la Iglesia, estamos llamados a ser la respuesta encarnada.
El segundo gran mandamiento –“amarás a tu prójimo como a ti mismo”– es la definición práctica de nuestro discipulado. Pero este amor no es un simple sentimiento. Es un fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio”. Si el resultado de nuestro “amor” es división, ira, juicio o trauma, debemos cuestionar gentilmente si estamos alineados con el amor de Cristo. El verdadero amor, como describe Pablo, “no se envanece, no es egoísta, no se irrita, no guarda rencor”.
Una Historia que lo Cambió Todo: Jackson en San Francisco
Un joven se unió a un grupo en San Francisco, California, una ciudad entonces juzgada severamente por muchos círculos cristianos. Su objetivo simple era orar por su redención. Noches enteras de oración y ayuno en un pequeño auditorio dieron paso a días en los que caminaban las calles para encontrarse con la gente por la que oraban.
Una madrugada, llamó a la puerta Jackson, un joven cuya vida era un cumulo de dolor: rechazado por su padre, huido de su hogar, y ahora con el cuerpo cubierto de llagas por el VIH/SIDA sin tratar. Estaba en su punto más bajo. Lo invitaron a entrar. Le hicieron la pregunta más poderosa y simple: «¿Cuál es tu historia?». Y la contó, con lágrimas. En lugar de juicio, le ofrecieron presencia. Se sentaron con él en el suelo, lloraron con él, pusieron sus manos sobre sus hombros y oraron. Le pidieron a Dios que se revelara como el Padre amoroso que él nunca tuvo. Alguien comenzó a tocar «Sublime Gracia» en el piano.
En esa habitación, no eran salvadores y él un proyecto. Eran almas iguales, a merced de la gracia de Dios. Esa noche, no solo encontraron el amor de Dios para Jackson; lo encontraron para ellos mismos. El objetivo de «salvar una ciudad» se desvaneció frente a la realidad transformadora de amar a una sola persona como Cristo lo ama. Amar a Jackson les abrió los ojos a cómo Dios nos ve a todos: con amor incondicional, dándonos la bienvenida a casa.
El Llamado para Hoy en Argentina
La historia de Jackson no es solo una anécdota. Es el modelo que iniciativas como “Ama a tu Vecino” quieren impulsar.
En nuestras ciudades y barrios, en esta Argentina tensionada, hay personas que cargan historias rotas de abandono, rechazo y soledad. ¿Estamos demasiado distraídos por el ruido político y cultural como para verlas? ¿Para invitarlas a entrar y escuchar su historia? Amar a los demás es pecar de abrir la puerta sin juzgar. Es suspender nuestras certezas para practicar la “compasión del contexto”, como dice el Dr. Gabor Maté: buscar entender, sin juzgar, por qué una persona o grupo es como es. Es un amor que se mueve con humildad, que dignifica al otro con respeto y atención genuina.
Todos tenemos personas o grupos que nos cuesta amar: quienes nos hicieron daño, o aquellos cuyas creencias, teologías o estilos de vida son diametralmente opuestos a los nuestros. El llamado de Jesús no es a amarlos una vez que cambien. Es a amarlos tal como son, porque nosotros somos amados tal como somos.
Toma un momento de silencio. Piensa en esa persona o grupo. Ahora, ora: “Señor, pon en mí tus ojos y tu corazón para ellos. ¿Cómo los ves? ¿Cómo los amas?”. El amor de Dios es radical. Trasciende nuestra política, nuestras teologías empolvadas y nuestra capacidad de entendimiento. Vivimos y morimos por un amor incomprensible. Ese es el amor que estamos llamados a llevar a nuestras calles. Hoy.
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