El Sello

Buenos Aires, miércoles 18, junio 2025
El tiempo - Tutiempo.net

Si esto no te incomoda, no lo estás entendiendo

Por Fernando Rodríguez

14 de mayo de 2025
👁‍🗨 123591

Cuando Jesús declaró que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos» (Mateo 19:24), sus palabras resonaron con una claridad que sigue desafiando a creyentes y teólogos dos mil años después. Esta afirmación, tan radical en su formulación como inquietante en sus implicaciones, ha generado numerosos intentos de interpretación que buscan, en el fondo, suavizar su impacto.

Entre las explicaciones más difundidas se encuentra la teoría de la «puerta del ojo de la aguja», popularizada por Anselmo de Canterbury. Según esta visión, en las murallas de Jerusalén existiría una pequeña puerta secundaria llamada «ojo de aguja» por la cual los camellos solo podrían pasar arrodillados y sin carga. El problema con esta interpretación es doble: primero, no existe evidencia histórica que confirme la existencia de tal puerta antes del siglo IX; segundo, incluso si fuera cierta, el resultado final no cambia – el rico debe despojarse de sus bienes para entrar, dejando de ser rico.

Otra propuesta sugiere que hubo un error de transcripción, y que en lugar de «camello» (kámēlos en griego), Jesús habría dicho «soga gruesa» (kámilos). Esta teoría, defendida por algunos eruditos como Theodor Zahn en el siglo XIX, carece sin embargo de fundamento en los manuscritos antiguos. Todos los textos conservados, incluidos los más antiguos como el Codex Sinaitico, escriben claramente «kámēlos» (camello). Además, incluso si se tratara de una soga, la imagen seguiría representando algo humanamente imposible.

Es decir que hasta aquí los intentos por suavizar el texto fueron dos: agrandar el agujero (que sería una puerta) o achicar el camello (que sería una soga).

Si combinamos las dos interpretaciones más comunes -la del «camello» convertido en soga y la «aguja» transformada en puerta pequeña- el resultado es absurdo: una soga pasando fácilmente por una puerta estrecha. Esta imagen trivializa por completo el mensaje de Jesús, sugiriendo que un rico puede entrar al Reino sin mayor dificultad. Pero esto contradice frontalmente la advertencia radical de Cristo, que usó deliberadamente la imagen más imposible de su cultura para dejar claro el grave peligro espiritual que representan las riquezas mal administradas.

Estas reinterpretaciones, aunque bienintencionadas, terminan vaciando de sentido el texto sagrado. Jesús no estaba proponiendo un ejercicio de semántica, sino lanzando una alerta urgente: cuando la riqueza ocupa el lugar de Dios en el corazón, se convierte en un obstáculo insalvable para la salvación. El joven rico no se fue triste porque hubiera malentendido una metáfora, sino porque comprendió perfectamente el costo de seguir a Cristo.

El verdadero problema de estas lecturas alternativas no es técnico, sino espiritual. Al intentar hacer el mensaje más digerible, terminamos diluyendo su poder transformador. La Escritura no necesita que la protejamos de su propia fuerza; necesita que nos dejemos interpelar por ella. Porque solo cuando aceptamos la incomodidad de sus demandas radicales, descubrimos el camino liberador que Jesús ofrece: no la comodidad de una religión adaptada a nuestros gustos, sino la gloria de una vida entregada por completo a Dios.

El texto es incómodo. Y debe seguir siéndolo. Como todos los pasajes bíblicos que nos sacuden, este no está llamado a ser suavizado ni domesticado. Porque precisamente en esa incomodidad reside su poder transformador. Cuando las Escrituras nos confrontan, no es por dureza, sino por amor; no para condenarnos, sino para liberarnos.

Estos textos que nos inquietan cumplen una función sagrada en nuestra vida espiritual. Nos interpelan, desafían nuestras interpretaciones, revelan los ídolos ocultos, nos arranca de la peligrosa complacencia espiritual, mantienen viva la radicalidad del evangelio, son guardianes contra el autoengaño, y sobre todo nos enseña humildad, mostrándonos cuán lejos estamos de tener todas las respuestas y cuánto necesitamos depender de la gracia.

Cuando un pasaje bíblico nos inquieta, no estamos ante un error que corregir, sino ante una oportunidad que abrazar. Es el Espíritu Santo usando la Escritura como bisturí divino, operando justo donde más lo necesitamos. La próxima vez que un versículo te sacuda el alma, resiste el impulso de suavizarlo. En lugar de buscar cómo hacerlo más digerible, pregúntate con valentía: ¿Qué quiere revelarme Dios a través de esta incomodidad? Porque esa molestia santa bien puede ser el comienzo de tu transformación más profunda.

Fernando Esteban Rodríguez

Fernando Esteban Rodríguez es Orientador superior en teología y licenciado en Teología, graduado del Seminario Internacional Teológico Bautista SITB de Buenos Aires. Dirige el programa de estudios Prosigue a la Meta.

Es autor de cuatro libros: “Las Tablas y el Madero”, “De las palabras al Mensaje: Explorando las claves de la interpretación bíblica” “Apocalipsis, de la angustia a la esperanza” y “Creer con razón”.

/ferestebanrodriguez

 

Compartir