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A 55 años del asesinato de Martin Luther King

4 de abril de 2023

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El líder de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos Martin Luther King fue asesinado de un balazo, a la edad de 39 años.

Martin Luther King con su esposa. (AP)

Ocurrió cuando pronunciaba un discurso en el balcón del Lorraine Motel de la ciudad de Memphis (Tennessee, Estados Unidos). El crimen que desató una ola de protestas y disturbios en 60 ciudades estadounidenses fue cometido por James Earl Ray, un racista blanco que fue condenado a 99 años de prisión.

Martin Luther King Jr. (cuyo nombre de pila era Michael King Jr.), nació en Atlanta el 15 de enero de 1929. Fue un pastor estadounidense bautista y activista que llevó adelante un movimiento crucial por los derechos civiles para los afro-estadounidenses.

Por su tarea, que buscaba terminar con la discriminación y la segregación racial estadounidense, fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz en 1964.

King llevó adelante diversas actividades pacíficas por los derechos civiles en Estados Unidos. Entre las más reconocidas están el boicot de autobuses en Montgomery, en 1955, su apoyo a la fundación de la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), en 1957, y el liderazgo de la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, en agosto de 1963. Fue al final de este evento que pronunció su famoso discurso «Yo tengo un sueño» (I have a dream), en el cual expresó su deseo por un futuro donde la gente de tez negra y blanca pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales. Esto aconteció el 28 de agosto de 1963, en Washington. (Ap / archivo)

Cuatro años después de ganar el Nobel, Luther King fue asesinado en Memphis, hecho que es considerado uno de los magnicidios del siglo XX. El asesinato produjo disturbios raciales en todo el país en los que más de 40 personas murieron y barrios enteros fueron destruidos.

Su último discurso antes de su asesinato

El 3 de abril de 1968. Tras un largo periplo de actividades y compromisos públicos, el reverendo Martin Luther King Jr. está física y emocionalmente agotado. La gira de apariciones públicas ha finalizado y su intención es regresar a Washington para descansar lo antes posible. Y de haberlo hecho, hubiese seguido vivo. Pero sobrevivir no estaba escrito en su destino. Era como un hombre que caminaba hacia la cruz: tarde o temprano se vería con clavos en las palmas de sus manos, y nada podía hacer por evitarlo.

Quiere irse a Washington, pero un grupo de trabajadores se acerca a él y le pide apoyo. King es una figura de categoría mundial y podría simplemente haber alegado cuestiones de agenda para quitarse el compromiso de encima. Pero es un hombre que nunca dice que no a quienes lo necesitan. Decide ayudarles y permanecer en Memphis una noche más. Será la última.

Los empleados negros del servicio público de limpieza de la ciudad de Memphis han organizado una protesta, porque sus compañeros blancos han recibido pago por unas horas de trabajo suspendidas y ellos no. Es realmente un asunto de poca monta, al menos en comparación con lo que Martin Luther King, el Premio Nobel de la Paz más joven de la historia y uno de los individuos más reconocidos del planeta, suele llevar entre manos. Es el más relevante defensor mundial de los Derechos Civiles. Dialoga con presidentes y gobiernos, es recibido en las más altas instancias, la prensa habla constantemente de él. En el resto del mundo se lo considera un ejemplo a seguir, un icono universal de la paz y de la lucha por el progreso humano.

Y aun así, desoyendo el consejo de su entorno cercano, decide apoyar a los trabajadores de la limpieza de Memphis en una protesta de poca monta. Cualquier otro hubiera declinado la invitación, él no. Ante una reducida audiencia formada por un puñado de huelguistas negros y algunas otras personas que apoyan la causa, pronuncia un discurso —otra de las muchas muestras de su brillantez dialéctica— y los asistentes reciben cada palabra con entusiasmo. A fin de cuentas, el más grande paladín vivo del humanismo ha aceptado hablar ante ellos para defender su causa.

Pero el estado anímico de Martin Luther King es malo. Muy malo. No sólo porque está terriblemente cansado, sino porque lleva años soportando en soledad tensiones para las que nunca estuvo preparado. Poca gente lo sabe, pero es un hombre atormentado, alguien para quien la vida pública ha sido una constante fuente de padecimientos y sinsabores. Y nunca se ha permitido el lujo de quejarse. Su situación es emocionalmente terrible como producto de años de chantajes y amenazas en secreto, de las que nunca ha hablado ni ante la gente ni ante la prensa, ni siquiera ante muchos de sus colaboradores cercanos.

Pero lo que nadie esperaba que aquellas palabras, que serán las últimas pronunciadas en público, se terminaran convirtiendo en un pedazo de historia. Algo sucede aquella noche mientras King está hablando. Algo novedoso, algo imprevisto e impactante. Un extraño momento de inspiración o de desahogo lleva al famoso líder a terminar su discurso con un muy breve párrafo surgido de lo más hondo de su espíritu, uno de los arrebatos dialécticos más célebres y conmovedores nunca registrados. En esa repentina desviación de su discurso habitual, pronunciada con una extraña intensidad, habla por primera vez de las amenazas de muerte que lleva recibiendo desde hace mucho tiempo.

Mientras ha estado hablando de política, de la libertad de asamblea y de prensa, de los Derechos Civiles, la gente no ha notado nada extraño y ha aplaudido con admiración. Pero ante el momentáneo asombro de todos, se descuelga con un párrafo de connotaciones místicas que encierra una truculenta confesión. Su mirada cambia, su rostro adopta una extraña expresión, su tono de voz se torna más descarnado, incluso tiembla por momentos: «No sé lo que va a suceder ahora, tenemos algunos tiempos difíciles por delante, pero eso no me importa». Al principio parece estar hablando todavía del movimiento de los derechos civiles, pero no. Pronto quedará patente que está hablando de él mismo. De su propia vida y de su propia muerte. Comienza a parpadear, a mojarse los labios. Nunca se había pronunciado abiertamente sobre esa posibilidad, de su propia muerte inminente. En dos frases su expresión facial cambia y pasa de la diatriba política a algo que va más allá del mero sermón religioso. Aquello no estaba previsto, se está dejando llevar por lo que siente. Se está confesando ante la gente, lo cual resulta totalmente insólito. Los asistentes también cambian su reacción, captando que algo está sucediendo y dejándose llevar también por una respuesta más emocional. Y el reverendo sigue hablando, aunque ahora ya no está ante una audiencia sindical; ahora está ante sus feligreses. Y lo dice:

«No sé lo que va a suceder ahora, tenemos tiempos difíciles por delante, pero realmente no me importa. Porque he estado en la cima de la montaña. Como a cualquiera, me gustaría vivir una larga vida. La longevidad es importante, pero ahora mismo no estoy preocupado por eso. Sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido subir a la cima de la montaña. He mirado a lo lejos y he visto la Tierra Prometida. Puede que no consiga llegar allí con vosotros. Pero quiero que sepáis esta noche que nosotros, como pueblo, llegaremos a la Tierra Prometida. Así que esta noche estoy feliz. No estoy preocupado por nada, no le temo a ningún hombre, ¡mis ojos han contemplado la gloria de la llegada del Señor!»

Termina el discurso alejándose súbitamente del estrado, diciendo algo que ya los micrófonos ya no captan. Los suyos lo abrazan. Después se deja caer en un asiento. Tras una década de soportar en silencio una constante tortura psicológica, finalmente ha hecho referencia a la posibilidad de su asesinato en uno de sus famosos discursos. Es un instante memorable.

Imagen tomada segundos después del disparo. King yace en el suelo mientras sus colaboradores señalan en la dirección de donde vino el disparo.

A las 06:05 PM del jueves 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado a tiros mientras estaba parado en un balcón fuera de su habitación del segundo piso en el Motel Lorraine en Memphis, Tennessee, Estados Unidos.

El último discurso de Martin Luther King pronunciado el día 3 de abril de 1968, un día antes de morir asesinado.

Fuente extraída de lavoz.com.ar y jotdown.es

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