Recuerdo una vieja costumbre que había en las iglesias, cuando uno llegaba para alabar y adorar a Dios, deseando recibir una Palabra nueva para su vida, lo primero que hacía al ubicarse en el lugar, era arrodillarse a orar.
Todos sabíamos que al ir en busca de Dios, era necesario prepararse para ese encuentro. Para ello, uno se humillaba ante Dios, se arrepentía de sus pecados y los confesaba para ser lavados con la sangre derramada del Cordero Santo de Dios; para luego sí, poder entrar libremente delante de Él, para alabarlo de la manera en que Él merece ser alabado, y para adorarlo de la forma en que Él estableció: lavados, purificados, y justificados por la fe en Cristo Jesús, y santificados por su Santo Espíritu, para que nuestra alabanza llegue a Su presencia como olor fragante para ser aceptada por Él.
De igual forma sucedía cuando nos reuníamos para compartir la Cena del Señor para hacer memoria de Él, anunciando la muerte del Señor hasta que Él venga.
Para ello, era imprescindible tomarse un tiempo, cada uno, delante del Señor para humillarnos delante de Él, para arrepentirnos y suplicar perdón de nuestras faltas, para poder participar dignamente de los símbolos del cuerpo y de la sangre del Señor; para presentarnos así limpios y sin mancha ante el Padre. (1° Corintios 11:26-29)
En ese momento se valoraba y reverenciaba la presencia de Dios en el lugar donde íbamos a alabarlo.
Cada uno se ponía su mejor ropa, para ir a honrar y adorar al Rey. Al Único Dios verdadero.
Hoy en día, parece que hemos olvidado la importancia que tiene el arrepentimiento y la confesión de pecados a Dios, antes de que nuestra alabanza sea recibida por el Señor. Es fundamental recordar que somos pecadores, y que Él es Santo. Solo podemos presentarnos ante Él, lavados con la sangre del Cordero Santo.
Hay un error que cada vez se acentúa más; oigo decir en las iglesias, que Jesús ya pagó por nuestros pecados pasados, presentes y futuros, pues nada tenemos que hacer nosotros. Que Jesús ya lo hizo todo. Pero, cuidado!!!
Acá hay un error muy grande, y es fundamental que sea remarcado. Jesús ya hizo toda Su parte para salvarnos. ¡Eso es real! Pero no es cierto que nosotros no tenemos nada que hacer. Nuestra parte, solo la podemos hacer nosotros. Jesús no puede arrepentirse por nuestros pecados. Él no es pecador.
A nosotros nos toca el arrepentirnos y reconocer que fallamos.
A nosotros nos toca confesar nuestros pecados, para ser perdonados.
A nosotros nos toca decidir si queremos seguir pecando, o nos apartaremos de nuestras maldades.
A nosotros nos toca clamar a Dios para ser libres de la esclavitud de nuestros pecados.
A nosotros nos toca tomar la determinación de a quién serviremos.
A nosotros nos toca velar y orar para no entrar en tentación.
A nosotros nos toca la responsabilidad de alimentarnos de la Palabra de Dios cada día.
A nosotros nos toca buscar a Dios, no solo para recibir su bendición, sino para ser enseñados por Él; para conocerlo más; para reconocer Su grandeza y Santidad.
A nosotros nos toca consultarle cada día, antes de tomar decisiones.
A nosotros nos toca decidir obedecer Sus mandamientos.
A nosotros nos toca asegurarnos que hayamos nacido de nuevo, para entrar en el reino de los cielos.
A nosotros nos toca ser mansos y humildes de corazón, como Jesús, quien nos dejó ejemplo.
A nosotros nos toca ser agradecidos a Dios por sus muchas misericordias para con nosotros.
A nosotros nos toca confesar el nombre de Jesús ante los hombres; para que Él confiese nuestro nombre ante el Padre que está en los cielos.
A nosotros nos toca exaltar el nombre de nuestro Gran Dios Redentor.
Y la lista sigue. Porque la vida cristiana no es teoría: es Vida en Cristo. Vivimos por Él y para Él. Ya no vivimos para nosotros mismos. Jesús nos enseñó que si queremos seguirle, debemos negarnos a nosotros mismos; tomar nuestra cruz, cada día; y seguirlo.
La vida del cristiano no es una vida fácil. No se trata de identificarse cristiano, y hacer lo mismo que hacen los impíos. Debemos tener mucho cuidado de la forma en que nos movemos. Debemos ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor; porque el mundo y sus maldades tratará de atraparnos y convencernos para seguirlo. Intentará así alejarnos de Dios.
Pero cuando venimos a Dios, tenemos que ser conscientes de Su Santidad, y de nuestro pecado; para pedir ser lavados en la sangre de Jesús. Solo así podemos presentarnos limpios y sin mancha ante Su presencia, y el Padre nos acepta por la sangre derramada de su Hijo en favor nuestro.
Entonces sí, podemos entrar en Su presencia sin temor, sin avergonzarnos, sin ser rechazados. El Padre nos ve santos a través de su Hijo Jesús.
Por eso, «Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan…» Hechos 17: 24-30; «Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia». Hechos 24:31
«Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos». 2° Corintios 5:15.
Tomado del libro ‘El Mensaje De Jesucristo’
Liliana Cecilia Martinoff Coppola
La autora es escritora y poeta argentina. Desde muy joven se dedicó a escribir poema. Incursionó en narrativas de diferentes géneros, completando obras aún inéditas. Nació en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires en un hogar cristiano donde aprendió a amar a Dios desde muy pequeña. Fue miembro de la Primera Iglesia Bautista de Adrogué por más de veinticinco años. Actualmente colabora con la Iglesia Cristiana Evangélica de Burzaco y Longchamps. Trabaja con niños dando apoyo escolar y enseñándoles a amar a Dios desde pequeños.