«De las tierras cálidas del norte peruano a la sede de la Iglesia en el Vaticano, León XIV lleva consigo el espíritu de Chiclayo en su misión de fe, justicia y renovación».
Mientras el conclave a puertas cerradas en la Capilla Sixtina con los 130 cardenales aptos para sufragar, entre las miradas cruzadas y los murmullos contenidos emitían sus votos para decidir el rumbo de la iglesia católica, afuera crecían las expectativas porque el humo de la fumata negra cambiara a blanca. La señal tan esperada se produjo el jueves 08 de mayo al promediar las 6 de la tarde en el Vaticano; anunciando al mundo que el tiempo de espera había concluido. Con ello la gente congregada estalló en júbilo: ¡Habemus Papam!
Tras el anuncio del nombre del nuevo Pontífice, al hacer su aparición por el balcón y ser ovacionado por la multitud dirigió su primer mensaje, al inicio en italiano, mas, fue mayor la sorpresa de quienes seguían la ceremonia, cuando luego, en un castellano muy fluido dijo: «Si me permiten una palabra, un saludo a todos aquellos y de un modo particular a mi querida Diócesis de Chiclayo en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo la iglesia fiel de Jesucristo». Resonaron sus palabras con un eco especial haciendo vibrar de emoción a un pueblo que guarda recuerdos recientes de su larga trayectoria, pues habiendo nacido en los Estados Unidos tiene también la nacionalidad peruana y es en ese terruño donde labró su labor pastoral.
Desde su infancia, Robert Prevost mostró una profunda conexión con la Iglesia. Proveniente de una familia católica activa, a los 14 años, ingresó al Seminario Menor de los Padres Agustinos. Su formación académica en matemáticas y derecho canónico le otorgaron una perspectiva analítica, sin embargo, fue su experiencia en el Perú la que moldeó su visión pastoral.
Corría el año 1985, cuando el joven sacerdote Robert llegaba desde Chicago, la ciudad de los vientos, a Chiclayo, conocida como la ciudad de la amistad, capital del departamento de Lambayeque, ubicada en la costa norte, de cálidas temperaturas y un prominente litoral, de gente sencilla, en donde se baila la marinera norteña al compás de la guitarra y el cajón y donde se come el cabrito a la norteña (uno de sus platos preferidos).
Esta tierra del comercio y el mestizaje lo recibió con los brazos abiertos, sin pompas ni ceremonias, solo con el fervor sincero de los que buscan un mensaje de paz. Fue en ese escenario donde su vocación se vio moldeada por la realidad de las comunidades rurales, entre la fe del pueblo y los desafíos que enfrentaban los más vulnerables.
Señalan quienes conocieron de cerca su trayectoria que, con su sotana flameando entre los cerros cual adalid de esperanza, con humildad y compromiso, fue integrándose a la comunidad para caminar al lado de los niños, de los ancianos de manos surcadas por la historia, de las amas de casa que con curiosidad se acercaban, y de los desposeídos quienes iban en busca de alivio a sus necesidades materiales.
Había en cada encuentro, una palabra de aliento. Su voz no se alzó desde cátedras doradas, sino desde la humildad del pueblo, donde la caridad no es doctrina sino pan compartido. Allí, en las calles vibrantes de Chiclayo, su misión encontró tierra fértil; donde el calor del sol es tan intenso como la fe de quienes lo siguieron constantes y con entusiasmo en cada acción.
Hoy, León XIV frente a los grandes desafíos que demanda un mundo cargado de violencia, abusos de poder, corrupción, marcado por el individualismo y ausente de Dios, tiene la enorme tarea de guiar a sus feligreses. Él lleva consigo sus experiencias vividas en Chiclayo. Su trayectoria en esta ciudad ha influido en su perspectiva sobre la evangelización y la necesidad de una iglesia que camine junto a los pueblos.
A pesar de las diferencias doctrinales, la comunidad evangélica sigue de cerca los primeros pasos de León XIV y espera que su liderazgo contribuya a fortalecer la convivencia y la paz entre creyentes de distintas tradiciones. Algunos consideran que podría desempeñar un rol clave en la promoción de valores compartidos, como la justicia social, la lucha contra la pobreza y la protección de los derechos humanos.
Por Ana Consuelo Bazán Cerdán. Corresponsal de El Sello en el Perú.
Imagen de Nota: Mons. Robert Prevost, Obispo de Chiclayo (Perú) | Robert Francis Prevost, el nuevo Papa León XIV.