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Apuntemos a la meta suprema

Por Alberto Prokopchuk

22 de enero de 2025
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Hace años atrás pregunté a Rafael Tone, un misionero americano, quién creía que fue el mejor presidente de los Estados Unidos. Después de una pausa me dijo sin vacilar «Ronald Reagan”, quien gobernó entre los años 1981 a 1989.

Yo tenía otra idea sobre Reagan, principalmente porque era un actor mediocre, y nunca entendí cómo llegó a la presidencia. Pero Rafael me dijo algo que nunca olvidé. Aunque fue el hombre que con más edad gobernó desde la Casa Blanca, ingresando a los 69 años, se caracterizó por sus pocos objetivos que fueron claros y específicos. Se propuso bajar los impuestos y lo logró. Se propuso achicar el Estado y lo logró, se propuso destrabar las restricciones del libre comercio y lo logró. Se propuso hacer cumplir la ley cuando hubo una huelga de controladores aéreos. El país se paralizó. 11.000 trabajadores salieron a la calle paralizando el control aéreo y lo logró en 48 horas. Se propuso, en política exterior, terminar con la Guerra Fría con la Unión Soviética y lo logró.

En resumen, menciono esto porque quiero señalar que debemos aprender a definir claramente los objetivos principales de nuestra vida, de la iglesia y de la Convención. Si, en cambio, queremos hacer todo, es probable que no hagamos nada, o que dejemos muchas cosas inconclusas o mal hechas.

Por eso, para definir una meta debemos trazarla con claridad. El apóstol Pablo dijo «Si la trompeta diere sonido incierto, ¿Quién se preparará para la batalla”? Y lo dijo porque sabía que las legiones romanas se movilizaban con el sonido de las trompetas: un sonido para comenzar a marchar y otro para detenerse, un sonido para armar las tiendas de campaña, y otro para reunir a los batallones bajo su propio estandarte, un sonido para estrechar las filas y otro para dispersarlas, un sonido para el descanso y otro para ir a comer, un sonido para ir a la batalla y otro para batirse en retirada. Contaban con cerca de 50 sonidos diferentes. Para los que los trompetistas debían ir a una escuela y ensayar mucho para dar el toque correcto para cada movimiento. Si el sonido era incierto, la confusión entre las filas en tiempo de batalla podía llevarlos al desastre, a la total derrota.

Muchas iglesias no logran sus metas porque no tienen claridad. No saben realmente qué hacer. Tienen muchas actividades, van de aquí para allá, realizan eventos, congresos, retiros, campañas y múltiples reuniones sin ningún provecho. Están siempre en el mismo lugar, con la misma gente, año por año.

Sin embargo, Pablo tenía bien en claro su meta, y su meta fue obtener el premio, «el premio del supremo llamamiento en Cristo Jesús”. Y definió claramente su línea de trabajo para ese premio: «De esta manera, me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado… por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros. Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones… iré a vosotros.” (Romanos 15:20, 22, 23,24)

Podemos ver que Pablo tuvo que relegar y postergar otros compromisos que eran importantes porque no quería fallar en el logro de su meta. Él tuvo siempre el deseo de visitar la iglesia que estaba en Roma pero varias veces tuvo que decir que no, porque no había terminado su trabajo en las regiones que quiso alcanzar. En esto tuvo mucha claridad, porque definió su objetivo muy claramente circunscribiéndolo a una región en el mapa del imperio romano. Él no se puso a salvar a todo el mundo, no hizo planes para viajar a la India o China y ni siquiera a Egipto que no estaba tan lejos, sino una región comprendida que abarcaba a Judea, Siria, Asia Menor, Macedonia, Grecia e Ilírico, es decir, lo que hoy comprende la región de Albania. Luego proyectó viajar a España.

¿En qué nos enfocaremos como Convención en los próximos años? Pienso que debemos movernos en la misma dirección de Pablo, a su meta suprema, a la meta del supremo llamamiento, el llamamiento de hacer discípulos a todas las naciones.

La Nueva Biblia Española traduce el texto de Filipenses 3:12-16 así: «No es que ya haya conseguido el premio o que ya esté en la meta; sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues el Mesías Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haberlo ya obtenido personalmente, y sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios llama desde arriba por el Mesías Jesús. ¡A ver, hombres hechos, ésta es nuestra línea! Y si en algún punto piensan de otro modo, Dios se encargará de aclararles también eso. En todo caso, seamos consecuentes con lo ya alcanzado.”

Alberto Prokopchuk

Nació en un hogar de colonos europeos que emigraron desde Rusia trayendo consigo su fe cristiana. A los 17 años fue llamado al ministerio, y al año siguiente ingresó al Seminario Internacional Teológico Bautista.

Al dejar el campo misionero pastoreó brevemente la Iglesia de Los Hermanos, en la ciudad de Córdoba, y de allí se trasladó a Posadas para hacerse cargo de la Primera Iglesia Bautista de esa ciudad hasta el año 1979. A partir de esta fecha asumió el pastorado en la iglesia Bautista de Berisso, Iglesia Bautista Pueblo Nuevo, donde ejerce actualmente su ministerio.

Fue profesor del Instituto Bíblico en Oberá (Misiones), en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires; en la Escuela de Misiones y Plantación de Iglesias (EMPI) de Córdoba. Conferencista Internacional. Por varios años trabajó como Director de Evangelismo de la Unión Bautista Latinoamericana, y como Secretario Ejecutivo, y Director para América Latina de la Alianza Bautista Mundial. Ha sido presidente de la Confederación Evangélica Bautista de Argentina, presidente de la Asociación de Pastores Bautistas de Argentina; del Consejo de Pastores de La Plata y alrededores, y también del Consejo de Pastores de Berisso. Actualmente Presidente de UBLA

 

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